AMANECER EN EL PARQUE REGIONAL

Amanecer en el Parque Regional Salinas y Arenales de San Pedro del Pinatar
(Diario La Verdad 12-10-12 por PEPA GARCÍA)
 
El Parque Regional de los Arenales y Salinas de San Pedro es un oasis de vida en esta época. Ahora que el veraneante tipo ha abandonado la costa, llega el tiempo de las aves. Las que migran hacia al Sur y prefieren climas aún más cálidos hacen parada y fonda en las charcas donde se 'cultiva' la sal y en cuyos fondos se desarrolla la vegetación y fauna acuática que les sirve de alimento. Y se suman a la población estable que aloja este espacioso humedal de 856 hectáreas junto a la costa mediterránea.


Un amanecer por duplicado en los espejos salineros es un placer impagable, incluso para los que no sean de madrugar mucho, a los que hay que añadir el piar de los pájaros más madrugadores. Una orquesta a la que se van sumando voces según el irisado reflejo de la luz del sol va haciendo acto de presencia por el horizonte.


Algunas aves, como los famosos flamencos, todavía esconden la cabeza bajo el ala y prolongan unos minutos más el sueño, mientras sus congéneres inician su despertar. Las gaviotas regresan, en desbandada, después del festín de los 'descartes' de los barcos pesqueros que ya arribaron en el cercano puerto de Lo Pagán.
 
 
Todavía no se distinguen las formas, solo oscuras sombras sobre las lagunas iluminadas fugazmente por los coches que transitan por la carretera de acceso al puerto y a la salinera, ante los que la población emplumada ni se inmuta; así que, desde la rotonda de acceso al parque (la del flamenco metálico), nos guían los alegres e irrefrenables sonidos de las numerosas colonias de aves acuáticas que pueblan este parque regional, Humedal de Importancia Internacional Ramsar.



Ajenos al bullicio urbano que desatan los despertadores, las aves se desperezan con sus cantos. Algunas tienen la voz grave, como la de los cuervos de los cuentos de bosques encantados, otros 'hablan' como los patitos de goma con que se entretienen los niños en las bañeras y los de más allá silban cantarines. El espectáculo sonoro ya es de premio y todavía no muestra sus cartas la esfera ardiente que calentará la jornada de este veraniego comienzo de otoño.


Desplazándose elegantemente sobre sus largas patas, la garceta sale a desayunar y, cuando remonta el vuelo, las patas parecen, aún en la tenue amanecida, enormes colas de novias volando al viento.


Poco a poco nos vamos internando en las salinas y las sombras negras que pueblan la laguna se van vistiendo de color y abren los ojos al visitante. Las aves no parecen molestas, pero el tráfico es incesante. En este momento, ya se aprecia al fondo el Pinar de Coterillo y los negros bultos alados, inmóviles sobre las aguas salobres de las lagunas salineras, inician su improvisado y cotidiano baile. Chouí, chouí,... se les oye decir. Y, como un antiguo juguete de madera mecánico o una marioneta en plena función, el cuello de la pequeña cigüeñuela se mueve a compás de sus patas, balanceándose de atrás a adelante como en una marcha incansablemente ensayada.


Una bandada de flamencos alza el vuelo y planea ondulante sobre las charcas, dejando tras de sí una estela rosácea. Los carrizos y los juncos bordean cada 'estanque' poblado por un vecindario. A la izquierda del camino de madera que guía el itinerario, parte la senda del Pinar de Coterillo, un recorrido que temprano se puede hacer sin peligro de que te coman los mosquitos. El sendero le conduce hasta un observatorio de aves y por el camino se ve la vegetación de saladar, con ramas enteras rojas, que la salicornia sacrifica a la salmuera para salvar verdor y salud del resto de la planta, un vegetal que algunas culturas utilizan en el proceso de salado del pescado; mientras las lechugas de mar sudan la sal por el envés de sus hojas y los bulbos de las azucenas marinas esperan su hora para volver a crecer.


A estas horas tempranas, muchos vecinos acuden a la zona para pasear a sus perros, pero el espacio, un área de regeneración dunar, debe ser respetado y no pisado (para eso están los caminos y las sendas de madera). Los pinos carrascos, hartos de luchar contra la brisa marina, han dado su tronco a torcer para no ofrecer más resistencia y crecen jorobados sobre el terreno arenoso y, entre sus retorcidas ramas, sale la encendida esfera solar, como si estuviéramos en la sabana. El lentisco, pequeño, luce sus rojos frutos; las sabinas costeras aguantan las duras condiciones echando abundante fruto y el espino negro, bastante pelado, confía en que este eterno veranillo de San Miguel le de pronto una tregua. Si continúa por alguna de las pasarelas de madera que encontrará en medio del Pinar de Coterillo, llega a la playa de la Torre Derribada, un arenal infinito (se prolonga hasta El Mojón y sigue sin solución de continuidad hasta la provincia de Alicante), del que nace todo el sistema dunar que rodea esta vertiente del parque, al igual que del de La Llana lo hace al otro lado de la carretera hasta Punta de Algas y La Encañizada.
 


El mar es un plato que refleja la perfecta esfera ardiente que, ahora sí, empieza a impartir su justicia. Y sobre la arena, una legión de 'pelotas' de algas, como si Nadal hubiera madrugado para entrenar su saque como si no hubiera mañana.


El camino regresa por otra pasarela de madera y, tras mojarse al menos los pies en el refrescante mediterráneo, se interna de nuevo en el Pinar del Coterillo hasta las charcas. En el camino, se cruzará a menudo con perdices que corretean y se agazapan entre los achaparrados pinos.


El sabor salado de este rincón es único y degustarlo al amanecer, un gran placer. Y si decide comer en la zona, no deje de probar el plato más típico del Mar Menor, un sabroso caldero.

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